
Opinión - Columnistas
“Me alquilo para matar” Por: Carlos Martínez Simahan

El aviso siniestro, que le da titular a esta columna,
estaba sobre la puerta de entrada al salón en penumbra. Llegó enfundado en una chaqueta negra y
apartaba el humo de los ojos mientras se sentaba en la mesa señalada de los sicarios. Después de un
largo rato remató el acuerdo: “ya saben, al que mate tres le doy diez mil dólares “.
Parece una escena de los Perros de la Guerra, la novela de Frederick
Forsyth (1974). Pero nó, bien pudo ocurrir en Cali, Medellín, Bogotá, El Tarra o en Sampués.
Colombia toda esta bajo la amenaza terrible del “Plan Pistola”. Todo policía que cae es un pedazo de
muestra democracia que se desgaja. El objetivo criminal inmediato son los policías y soldados, pero
el objetivo principal de los delincuentes es socavar las instituciones. Quieren someterse a ellas
para luego tomárselas.
No es ningún secreto que las economías ilícitas han
determinado mucho de la política en América Latina, especialmente en los países andinos. En Bolivia,
por ejemplo, “las organizaciones cocaleras se amparan en los espacios proporcionados por la
democracia para organizarse y defender legalmente sus intereses” ¿Ha ocurrido lo mismo en
Colombia?
En todo caso, aquí no basta hacer la petición pública al Clan del
Golfo para que dejen de matar policías. Tienen que ser obligados a parar las muertes. Y la justicia
es la que debe actuar contra los especialistas en apretar el gatillo para asesinar al policía que
cuida al ciudadano. Los que se alquilan para matar no deben sentarse en la mesa de dialogo de la Paz
Total. El Plan Pistola es un delito de lesa civilización.
El Estado tiene
que rodear a la sacrificada y Heroica policía Nacional. ¡Es mucho lo que le debemos los
hombres libres de la patria colombiana!
En ese orden de ideas, es preciso
anotar que a la debilidad del Estado se suma la cultura tolerante con las actividades ilícitas, todo
lo cual ha impedido la construcción de instituciones democráticas fuertes, especialmente en la Rama
Judicial, cuya reforma es tan urgente como necesaria. A esta guerra desperdigada no ha sabido
responderle la justicia de mil cabezas que nos dejó la Constitución de
91.
Al gobierno Petro, que mañana asume, le corresponde evaluar si los
grupos homicidas tienen posibilidad distinta al sometimiento, La necesidad de explorar nuevos
caminos en la larga y estéril lucha contra el narcotráfico no puede conducir a la renuncia de las
obligaciones estatales. Hay que salir del falso dilema según el cual el problema es el glifosato y
no la coca, como sostiene la izquierda, o que el glifosato es la solución, como afirma cierta
derecha.
Es bastante obvio que los dineros ilícitos han convertido el
narcotráfico en un delito súper desarrollado y prácticamente imbatible. Las mafias de todas las
latitudes se pelean por lograr un espacio en Colombia.
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